No hablo mucho de mi vida de antes porque todavía me cuesta hacerlo sin que se me enreden las amígdalas unas con otras.
Procuro no pensar demasiado en porqué decidí irme tan de repente, ya que pierde un poco de sentido cuando descubro que todo se me cae encima cada vez que mojo la tostada en el café, siempre que salta Serrat en el hilo musical o básicamente me miro al espejo.
Y no sé cómo acabará esto, pero a ratos estoy tan tranquila pensando en nada que no me importa haber descartado mil planes y hasta me da por creer que ha (habrá) merecido la pena.
De fondo: Skype