Hoy la despedida se hizo un poco más
dura de lo habitual, porque faltaba el efecto amortiguador del tren
que divide todo en etapas. Normalmente van primero los abrazos, luego
el camino a la estación, la primera parte del viaje, aeropuerto,
espera. A la hora de dejar el suelo patrio ya lo único que quiere
uno es llegar al otro lado.
Cuando los abrazos se trasladan a
metros de la puerta giratoria que te lleva lejos, llega una (que es
muy sentimental) al control de pasaportes todavía pañuelo en mano.
Lo pasas, y cuando te subes al avión y te das cuenta de que eres la
única que habla español, se te quitan las ganas de todo, y pones
cara larga al pobre señor que se te sienta al lado, sin culpa de
nada y deseoso de contarte sus hazañas jugando al golf (pero que no
señor, lo siento pero no).
Déjeme que necesito pasarme estas tres
horas navegando por las últimas dos semanas para poder fijar las
sonrisas en mi mente. Déjeme que para mí es vital saborear las
veces que puedo reirme del clásico “momento justo, lugar
equivocado” del que normalmente hago gala. Porque de ahí van a
salir el valor y las ganas para lo que viene ahora.
Why not?
(Title from The porch song by The Meemics)
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