21.11.03

Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos




Ayer estuve en la inauguración de la feria del libro antiguo, que corrió de parte de Arturo Pérez Reverte. Había 3 personas. El escritor, el presidente de la asociación de amigos del libro antiguo y un tipo que estaba sentado en el centro de la mesa que supongo que es el delegado de cultura. Este hombre en cuestión, el del centro de la mesa, aparte de soltar una retahíla de elogios aprendidos de memoria, introdujo en su discurso la frase que he puesto de título. Una bonita frase, y hubiera quedado bien y todo si no fuera porque hacía media hora que yo había estado leyendo una entrevista a Pérez Reverte en Babelia y en ella decía exactamente la misma frase. Así que cuando lo escuché decirla y no la acompañó de un "cómo dice Arturo" o algo así, pues no pude evitar que me entrara la risa. Como además no iba sola, sino con Irene, pues se lo dije al oído y me reí aún más...pero no se notó mucho.



El pregón en cuestión (porque por lo visto así llaman aquí en Sevilla a los discursos/charlas de inauguración) estuvo bastante bien. Pérez Reverte habló de los libros, de lo que significaban para él, y habló de ellos como si tuvieran vida propia, como compañeros, amigos. Supongo que así es como habla de libros cualquier persona que sea aficionada a la lectura. Se preguntó qué hacía para sobrevivir la gente que no leía, donde buscaba las respuestas (aunque nunca se encuentren), cómo lograban sobrellevar la soledad, el miedo y otras cargas humanas... En fin, que estuvo muy bien, dijo que él había crecido entre libros, y que esa figura era algo cotidiano en su vida familiar. Dicho esto, paso a hablar de mi relación con ellos...



Pues hombre, yo no me crié en una casa que tuviera una biblioteca con 5000 volúmenes, ni mucho menos. Pero libros había, por supuesto. Recuerdo el día en que me di cuenta de que sabía leer. De que era capaz de leer más allá del Micho, de que iba a poder leer cualquier cosa que me pusieran por delante. Estaba mirando un mapa por entretenimiento, y de pronto dije "Papá, ?qué es Ciudad Real?" Y él, extrañado, me dijo que donde había visto eso, y yo simplemente dije "Lo he leído". Entonces fuí consciente, y me puse contentísima y estuve dando saltos y corriendo por el pasillo. Y esa noche estuve leyendo todo lo que pude, por el simple hecho de tener el placer de saber interpretar ese raro código que hasta entonces habían sido las letras. Me puse tan contenta y aún no sabía del todo qué se escondía en los libros...Me fuí aficionando a la lectura, y era raro no verme con un libro a cuestas, fuera donde fuese. Siempre que salía con mis padres yo me llevaba mi libro, y sabía que aunque me aburriera, siempre podía enfrascarme en la lectura y olvidarme del mundo. Porque esa es una de las cosas más maravillosas de la lectura: te transporta, te hace desaparecer del sitio en el que estás, vivir en otros lugares, conocer a personas de países lejanos. Por ese motivo quiero mucho a mis libros. Todavía me encanta leer aquellos de El barco de vapor. Le tengo especial cariño a El secreto de la arboleda. Aquellas aventuras de Ernesto y Marijuli, que encontraban un hada en medio de un parque muy cercano a la ciudad, un parque que podría ser ese que está al lado de mi casa. Y yo siempre iba mirando los troncos de los árboles por si encontraba allí casa de Rufina... En fin, que los libros han marcado mi vida, siempre han estado ahí, y espero que sigan para siempre...



Me voy ya, que tengo que estudiar...

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